miércoles, 28 de noviembre de 2007

La arroba en el Parnaso.


A batallas de humor, campos de plumas.
(Casi cita, casi verso de J. M. Caballero Bonald)



De : La Indocencia Gaditana

Y bajo ella se esconden:
Juan V. Fernández de la Gala
Francisco Velázquez Barroso
Ramon Luque Sánchez
Daniel Cotta Lobato
Juan L. Rincón Ares

Hay quien la arroba
me la roba.

Hay quien la encuentra errante
y radiante,
y hasta amante
en la alcoba.

Hay quien ante este batiburrillo
pretende rehacer en un altillo
vocablos en masculino
y su grácil femenino.

Mas quisiera romper una lanza
en esta sibilina chanza,
por las palabras hembras
y machas,
pues mi cabeza no se agacha
ante tanta esperanza
y, ¡pardiez!, cuánta alabanza.

Que más vale maña que caña,
que sobran muchas eñes en España,
pues a mí la arroba no me apaña,
que no la sé leer ni a mí me ataña.
------o-------

Tiene guasa la arrob@. Quién diría
que la vieja medida castellana
renace hoy cual grácil cortesana
y pide para sí glosa y franquía

Y viene con su sexo. Qué alegría.
Qué me gusta su pose barragana,
su nombre indefinido de galana,
la moderna espiral de su osadía.

No es letra. No es un gesto. No es un ser.
No es hombre ni mujer. No expresa nada.
Sin embargo pretende el gran poder.

Miradla, pedigüeñ@ y desalmad@,
hermafrodit@ por predestinad@,
llevando los dos sexos a la vez.
----0-----

Fíeme, Don Alonso, la celada
que me apresto, tenaz, a la batalla;
sea metáfora el metal de la mi espada
que mi pluma no otorga, pues no calla.

En el brazo va el rostro de mi amada,
una arroba que la norma avasalla.
La o es un mal gigante, una alambrada
que a un género enaltece y a otro falla.

Que no sepan leerte los estrechos
caletres de una heterodoxia rancia
no te quita ni un gramo de hermosura.

Ya quisiera la hache los provechos
que tú, sexta vocal, con tu fragancia
has traído a mi novel literatura.
----o----

¡Oh docto caballero, no le subas
arrobas al lenguaje, que lo agachas!
¿Qué entiende él de machos ni de machas
ni de los nuevos piensos que le incubas?

¿Habremos de embriagarnos como cubas
y, en fe del nuevo idioma que remachas,
enterrar ya las haches y las hachas,
pisar también las uves y las uvas?

La arroba no me arroba -lo confieso-,
desde que un Cid la convirtió por vieja
de medida en vocal y perdió peso.

Y a riesgo de volverme negra oveja,
la lengua es como un buen jerez. Por eso,
yo no la llamo rancia, sino añeja.
----o----

Los tiempos han cambiado. Es evidente.
Si ya el hombre no manda y la mujer
sacrifica su recto proceder
y se le postra dócil y obediente,

no sé entonces por qué, oficialmente,
la lengua no revisa su carné
de identidad. Es sólo por vencer
al lenguaje machista y prepotente.

Ya no vale expresar en masculino
los dos géneros, hay que reflejar
que existen los dos seres al hablar.

Así diré asesinas y asesinos.
Al respecto no quiero ni un encono,
en vez de ser persona soy persono.
----o----

Aunque yo me las tilde de quijote,
no confundo gigantes con molinos
ni auguro nunca andar un mal camino
que llevará a mi lengua al despelote.

Cual si la arroba fuera un cruel garrote
y el castellano, un débil pueblerino,
hacéis de la gramática un supino
catálogo de inútil chapapote.

“No me toquen la lengua que me irrito”,
proclamáis ante el brusco amanecer
de esta vocal redonda y reversible.

Retruecáis la amargura a voz en grito:
“Lo que no puede ser, no puede ser
y a más de no poderse, es imposible”
----o----

Rompimos varias lanzas y de astillas
tapizamos el campo de las lides;
más soy de los quijotes - no los cides- :
vuelvo grupas y embrazo la adarguilla.

Quien le pone a una lengua mil trabillas
no la agranda y buscando mil ardides
la enmaraña con "quidam" y con "quides",
la hace añosa, parcial y bastardilla.

Ceje vuestra merced en el empeño
de poner puertas al campo y, ya sin hormas,
decídase a leer: "Tod@s " ( todos y todas),

que el Tiempo, que lo grande hace pequeño,
será el juez de los usos y las normas
por encima de l@s mod@s (los modos y las modas)
----o----

Dura lid la que absorbe vuestras fuerzas,
esforzados y nobles caballeros.
Mas dirimirlo ante un plato de berza
digo yo que sería más placentero.

No merece la pena este sofoco:
habiendo toneladas de talento
poco importa una arroba, o dos o ciento.
¡Que me aspen, pardiez, si me equivoco!

Limítense a la lengua en la disputa
que no llegue a hacer sangre este percance
y menos por cuestión tan diminuta.

Troquemos, pues, batalla por romance:
Desenvainad las lenguas resolutas
y a lengüetazos zánjese este lance
----o----

Yo nunca pude pensar
que de vieja y bebedora
pasara a ser gran señor@
que estrena un moderno ajuar.
Menuda barbaridad,
cómo cansa este debate
de palabras no de cates
a Dios gracias. A beber,
me da igual ser que no ser.
Haya paz con un empate.

martes, 27 de noviembre de 2007

Indocencias de Ramón Luque Sánchez

EL PAÍS DE LAS HORTENSIAS


1
Yo estuve en un lugar donde la piedra
le da forma a la bruma, que, llorosa,
resbala por la luz de la mañana.
De un hilo penden lunas sobre el campo.
Siempre llueve, y el mar quiere estirarse
diluido en arco iris que delira.
En los acantilados reverberan
los latidos del viento, y las olas
peinan faros de azules imposibles.
Las estrellas desnudan sentimientos.
Amanece, y la niebla es un fantasma
que emblanquece con salmos la pleamar;
allí se ocultan ojos de gaviotas,
su vuelo nos delata el horizonte.


2
Yo estuve en un lugar donde la magia
aún besa a la tierra y a la gente,
donde el agua acaricia en el gris
de la tarde los rostros de las casas.
Yo estuve en un lugar -siento nostalgia-
donde el barro seduce a la madera
y la eterniza en calles centenarias,
El sol corta perfiles medievales.
Aún subsisten mitos que proclaman
al hombre que se forja en la leyenda.
Hombre sin miedo al miedo: poema y tierra.
Yo estuve en un país donde las plazas
son mercados de luz, aromas, voces
que besan los sentidos cada aurora.


3
Yo estuve en un lugar, marcan sus nombres,
que tiran la coraza con que el hombre
se enfrenta a la quimera que es la vida.
El rito es la ventana de sus almas.
Es Cornualles y es Brest, Quimper y Nantes,
Rennes, L´Ille de Bréhat, Pointe du Raz,
Saínt-Malo, el calvario de Plougonven...
La impresión se arracima por la sangre.
Aún recuerdo triste ese fulgor
que graba imágenes en la memoria
al caer de la tarde, impresiones
que siempre están ahí, acariciando
al frágil corazón que un bello día
se dejó arrebatar por lo inefable.


4
Yo estuve en el país de las hortensias,
que se abren al viajero y lo fascinan.
Islas hay donde el tiempo confundió
la alquimia de las olas con las lágrimas.
Allí el mar y la tierra se diluyen
entre la espesa nube que se ciñe
como velo al paisaje. Un sol estalla
después de la tormenta y un festín
de luz confunde la mirada. Un dios
rompe su máscara agorera y náyades
perfilan emociones. Es Bretagne,
una flecha hacia el mar que quiere huir
de Europa. Un corredor al que iluminan
los colores del agua y las hortensias.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Indocencias de Paco Velázquez Barroso

NÁCAR VESPERTINO

Mis pies suben la tersa escalera
del tiempo indeleble,
entre los sollozos de la noche queda.

A cada minúsculo paso
un caballo blanco, errante,
me detiene…
arrogante.

A cada ofuscado suspiro
un halo de energía efímera
me sublima la esperanza,
volatiza la apatía.

En cada goce impávido
mil batallas despavoridas
y un grito unánime
despiertan mi mente crítica.

Porque no encuentro el nácar
en los rostros de mi infancia,
en los rincones de mi juventud
.
.
.
.
.
.
.
.
Y TÚ, MUJER
Y tú, mujer,
despéinate los cabellos
bajando a la Caleta
y sorbiendo
un trago de alma marinera.
Y tú, hijo,
marisca bajo las rocas
un trozo de luna vespertina,
tómala por su proa
y rémala mar adentro.
Que yo os acompaño en la aventura y
ya la barca nos espera,
y de sal la garganta nos sedienta.




¡VAMOS A ALCANZARLO!



Tú, incólume
faro de la Caleta,
esclavo del mar rocoso
y de ingrávidas gaviotas.
Pez errante, noctámbulo,
remanso divino,
de almas divinas,
divisas nuestras lívidas miradas,
horizonte en mano,
cuando un relámpago
dibuja nuestras siluetas
en la fachada nocturna.
¡Vamos a alcanzarlo!
¡Tú, mamá y yo!
Y abrazar tu talle salino
que nos embriague aroma marino,
de marea baja,
de algas y marisco,
besar las estrellas
y traértelas para que te abracen.
Jugaremos
- ¡Tú, mamá y yo! -
¡al corro!






En un jardín oriental, la rosa
(A MI HIJA ROSA, A QUIEN UN DÍA FUIMOS
A BUSCAR A UN JARDÍN ORIENTAL)


Ojos de luna,
ojos de sonrisa,
en tu cara de sol,
de luz viva.
Te espero,
te esperamos.

Tu primer abrazo,
tu primera sonrisa,
la carcajada triunfal,
el primer papá,
el te quiero mamá,
una indecisa caricia,
un roce de pieles,

un beso de mieles,
una nube de algodón
que nos haga
sentir la segunda
juventud.

Has nacido
y no estamos contigo,
hija,
pero nuestras manos
te mecen cada indefensa noche.

De un soplo
te enviamos un beso
ahora que has nacido,
te susurramos
duérmete mi niña.

¿Cinco, seis,
ocho o diez?
No sé contar ni quiero...
Y sigues sola.

Esta noche narraremos
un cuento a tus ojos,
para que ambos cuelguen de la noche
estrellada,
y te meza suavemente,
ea, ea, ea,
como una brisa vespertina de verano,
para que veas,
para que ames nuestro sol.
Susurraremos un beso
para que proteja
tu piel
de enfermedades
y te insuflen de esperanza...
ea, ea, ea...
Un mundo de ensueño
te aguarda,
aunque no lo creas.

Un cuento soñado,
¿sabes?
En el que tú, tú,
eres la protagonista,
te espera.

Ven, te acurrucamos
en nuestros deseos,
y un hermano
que sostiene en el aire
tu cuerpo de niña.

Sonríenos,
ya estás cerca,
en la orillita...
ya casi te tocamos.
La varita mágica
de la llama
de nuestros corazones
ya la tenemos.
Sólo nos resta
ponernos de acuerdo
para hacerla
brillar...
para que dé alas a tu felicidad
y la llene de un mundo
de magia de colores
cuando mires al cielo,
princesa.

Plantaremos un árbol
en nuestro jardín de la alegría,
un árbol de sensaciones,
de olores,
de colores,
de flores acompañado,
en la alfombra verde
de nuestro amor de magia.
Ya sólo faltas tú.

En un jardín oriental,
la rosa
suspira camino de nuestros sueños.

Míng tian jiân
Yuè Jì.


viernes, 23 de noviembre de 2007

Indocencias de Francisco Molina Gonzalez


EL MAESTRO

Es el maestro forjador del espíritu
de aquellas multitudes que piensan en la gloria,
que presenta la fama cuando es ejecutoria;
al adquirir la gracia que se llama cultura,
y es grande el sacrificio, unido a la constancia,
que convierte esa oscuridad completa
en geniales albores de virtud y enseñanza.
Por el honor que concede la institución,
sagrado ministerio, en fervores canto,
inculcando las letras, las ciencias y las artes,
consigue esa feliz historia de la transformación;
que es guía, luz y esperanza suprema
para brillar después en aquellas esferas
del mundo espiritual y omnipotente;
siendo el mejor presente que le ofrece,
en premios y desvelos, vigilias, sinsabores,
el ver aquellos niños que son hombres mayores,
y en aquellas alturas, celebridad tangible,
admirar con orgullo que ya todo es posible;
y alcanzarán la gloria solemne y verdadera,
que pasará a la historia en su figura señera.
El agradecimiento es virtud honorable,
y tenemos presente la labor admirable
que ofrece a las generaciones presentes y futuras
el insigne maestro, llevando a las alturas
ese ejemplo amoroso de enseñar lo que ignoran
esas frentes de talla berroqueña, esas mentes oscuras;
¡A ti, figura de gloria inmarcesible,
rendimos pleitesía, sintiendo, por esa humilde
gracia, la obligación de nuestra simpatía!

lunes, 19 de noviembre de 2007

Indocencias de Veronica Pedemonte

El precio de los pródigos
(Fragmento de “Viaje circular” )


Subí la escalera de hierro que daba el piso de arriba. Mi abuela acababa de dar un abrazo a mi madre después de doce años. Apenas una lágrima que no acabó de salir de su ojo y ella hizo bajar lentamente por su garganta. Hacía frío. La virgen de la hornacina nos miraba con sus ojos duros como escarabajos de cristal negro, ¿sabes Platero?.
Sentí que venía de un mundo rebosante de sentimientos para habitar un mundo de sentimientos ajusticiados. De un mundo de sentimientos condenados, temblando en la galería de la muerte, a un mundo donde los sentimientos esperaban un indulto, una amnistía que por fin les dejara vivir en paz, manifestarse como en los viejos tiempos. Y en ese intercambio imposible de una tierra enferma sin libertad y sin aire, de un reino herido, sin rey y sin Lanzarote, con un país que estaba perdiendo para siempre Excalibur, la espada de la Virtud y el escudo de la Verdad, Lau y yo estábamos en tierra de nadie. Flotando en el espacio intangible de un libro de familia declarado apátrida, con un carnet de identidad en la mano que ponía: Uruguaya cuatro años, tez blanca, pelo oscuro, iris negro, arco iris de ensueño, infancia iridiscente. Uruguaya, siete años, tez blanca, pelo claro, iris verde, iridiscente soledad, orgullo iridiscente. Ya lo dijo el poeta. Ese amigo poeta, muchos años después, sólo que entonces yo no lo sabía.
La Dama del Lago amenazaba con llevarse Excalibur, enterrar el sueño de Camelot bajo las aguas turbias, llenas de algas desoladas, sueños perdidos, héroes ahogados.
Lau y yo de la mano, en el bosque encantado de noche, vimos a mamá llorando. Tenía los pies descalzos, y el pelo rubio lleno de verdín. Lau y yo la abrazamos. Sin decir palabra, le dimos la mano, una a cada lado, y seguimos buscando el camino, algún sendero lleno de luz que nos llevara a casa. Sabíamos que la harían pagar un alto precio. Que su carta de liberta aún quedaba lejos, que el precio de la vida no era suficiente, había que dar más. Después de un campo de exterminio, una siberia helada. El precio de los pródigos.
Al pie de la escalera, en la hornacina, seguía la Virgen de bellos ojos negros de cristal, manto celeste y vestido dorado y blanco. Subida al tercer escalón que me conducía a mi cuarto, la miraba aún fascinada, con el convencimiento de que me devolvía la mirada, ese brillo en su iris inmóvil que reflejaba el de las lámparas del hall. Y mi fe iba creciendo mientras menguaba el recuerdo de mi mundo. Confiando en que el espíritu supliera al corazón que había dejado, guantanamera, en mi tierra lejana.
Pero ese amor desmesurado a la imagen de la hornacina me llevó a acariciar su manto hasta tirarla. Guantanamera. Llevé en mis brazos a la Virgen rota. La escultura antes incólume, era una doncella herida por la vida, una muchacha vulnerada, una mujer violada. Llevaba un sueño roto latiendo entre mis manos, una hija pródiga sufriendo por mi lejano corazón. Necesitaba alguien con alma de restaurador que sujetase su dolor con purpurina, que dejase resplandecer de nuevo su pasado, de joven en la hornacina. Guajira guantanamera.
- Las estatuas, dijo mi abuela, fueron creadas para la eternidad intangible. Una vez rotas no hay restauración.
Le pedí a papá que la pegara con poxipol, ese “arréglalo todo” que tenía desde pequeña, que pegaba brazos de héroes y corazones de muñeca.
- Las estatuas fueron creadas para la eternidad intangible.
Atravesé siberia con mi virgen inválida, pensando cuántos hijos pródigos y vírgenes lisiadas hubieran podido restaurarse con poxipol.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Indocencias de Ana Herrera Barba

ROSA DE ALEJANDRIA

Yo la amaba, la amaba desesperadamente, pero ella había rechazado mi proposición matrimonial, igual que hizo con la de todos sus pretendientes. A saber que hubiera pasado si Hipatia no hubiera reconocido el nombramiento de Directora del Museo, si no se hubiera entregado a la Biblioteca en cuerpo y alma. Probablemente yo no estaría aquí ahora corroído por los remordimientos, después de tantos años de vivir a medias la vida.
Aún recuerdo la cara de Teón cuando le anunciaron el nacimiento de la niña en aquel 370 d.C. Yo tenía apenas diez años y sé que aplaudió con fuerzas aquel regalo de la fortuna. “La educaré como a un varón. La llamaré Hipatia, pequeña rosa de Alejandría.” La niña creció bajo los cuidados y las atenciones del cariño paterno. ¡Cuánto amor y palabra de sabio por los corredores de su inocencia! Mi casa estaba cerca y podía ver sus ejercicios físicos por la mañana. A mediodía se dedicaba a tomar unos baños relajantes y al atardecer estudiaba ciencias, artes y música. El día que me comunicó su deseo de viajar por Italia y por Atenas no pude reprimir la emoción, pues mi amor por ella crecía a la par que su belleza y sus dotes de sabia. A su regreso, Hipatia conquistó con creces el corazón de la ciudad, pero aquellos tiempos difíciles no tardarían en volverse en su contra. El estupor y el miedo se apoderaron de mí cuando asistí horrorizado a su horrible final. Aquel grupo de fanáticos cristianos la arrancaron de su carruaje cuando iba a trabajar, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. ¡Sus restos quemados, sus obras destruidas!
Han pasado los años y no puedo dejar de mirar al pasado. Era una bonita mañana del año 415 d.C. en la hermosa ciudad de Alejandría. Y murió la rosa.
“Breviario” de Alas. Edita: Instituto Andaluz de la Mujer. DL: MÁ 8482-2003


Joya del Nilo


A tí, oh mujer que sueña.
¡Cuánto amor y palabra de sabio
por los corredores de su inocencia!
El orgullo de Teón,
joya del Nilo,
rosa de Alejandría,
Hipatia.
Se alzó su voz de mujer perfecta
y cautivó el corazón de su ciudad querida.
¡Cómo pagó con tributo de muerte
su belleza sin par, su poderoso ingenio!
Bella intimidad profanada.
Han rasgado sus vestidos,
aquellos locos, fanáticos.
Han desollado su piel.
¡Oh blancas conchas que un día
el mar dejara en las puertas de su infancia,
que una vez sus manos acariciaron!
¡Cuánto dolor y barbarie sin duelo!
Yace cuerpo sin vida,
sabiduría rota,
belleza sin alma.
Y se ha anudado el silencio,
tras el recuerdo olvidado,
por los siglos infinitos.
Ayer lloró Alejandría.
Hoy la entraña de Nigeria llora.

( El poema trata de recuperar la figura de Hipatia, primera mujer científica y filosófa de Occidente, última directora de la gran biblioteca clásica alejandrina, lapidada en el 415 d.C. en la ciudad de Alejandría).
Walläda nº 6. Edita ALAS. Málaga, 2006. ISBN-10:84-611-4140-7
Patrocina: Instituto Andaluz de la Mujer.


lunes, 12 de noviembre de 2007

Indocencias de Jose Aurelio Martín Rodriguez

Poema Impuro
( porque los indocentes no deben ser poetas puros)


Qué difícil cuando todo baja
subir, mantener la altura,
qué difícil no perder la ternura
de otros ojos cuando el cristal se raja,

cuando el frágil vidrio humano no cuaja
y la historia craquela, y no dura
la mirada, empañada de amargura,
porque todo, hasta el hombre, se rebaja.

Como flecha que busca contra el viento
el blanco certero, el hombre debiera
alcanzar la vida, contra el violento

que golpea y difunde la ceguera;
amplía el horizonte el pensamiento
si el hombre busca la flecha certera.




EL AMOR

La llama doble
que trenza el amor
detrás de todos los fuegos.



VIAJAR.

Viajo con el dedo por la geografía verde y tierra
de los mapas escolares,
viajo con mis manos por las latitudes soleadas
de tu cuerpo extenso entre las sábanas.
Viajo con mis pies que no tiemblan por las calles
que anudaron mis pasos en la infancia.
Viajo con mis ojos por los cuerpos vitales
de las chicas perfumadas en los bulevares.
Viajo con mi coche por carreteras que me ignoran
para dulcemente anularme en la velocidad invisible.
Viajo por el tiempo como la flor del
vilano, al albur del viento,
segada un día, y otro
definitivamente deshecha,
desaparecida.



SILICON VALLEY


Silicon Valley es hoy el centro del mundo
Virtual, la arquitectura invisible
Que sostiene las sociedades occidentales.
En Silicon Valley, California, Estados Unidos,
Trabajan adolescentes hábiles
En el manejo de las herramientas
Informáticas, nunca sucias o pesadas
Como el yunque o el martillo macho.
El valle del silicio es un parque
Infantil de juego que genera riqueza,
Que levanta empresas y hunde economías.
Un mundo que no se ve, que sólo
Se supone, que no es real, que es
Virtual, que genera riqueza pero no dinero
Metálico, que encumbra adolescentes
Pubertos, con granos, eternamente sonrisados,
Adolescentes que ignoran el mundo y que
Desconocen la forja lenta del hombre y las ciudades,
La profunda historia, la literatura humana,
Que defienden una geografía parcial
Porque nunca ni han oído ni visto ni olido
El mundo real, sólo el mundo virtual,
Nunca el mundo que pesa y que duele,
El mundo frutal y cruel,
El mundo de la herida y la pequeña conquista,
El mundo posible,
El mundo.




SOBRE LITERATURA INDOCENTE:




Docentes, practiquen la indocencia, la literatura indocente es nocturna, la literatura indocente surge al calor de un cuerpo amado, la literatura indocente ata los fuegos de la vida con la llama de la literatura, la literatura indocente crece en la espalda del día, de las diurnas evidencias, la literatura indocente busca quemar otro oído indocente con su lírica violenta, con su música canalla, con sus sentidos transfigurados, la literatura indocente vence al tiempo lentísimo de los días. Practiquen la indocencia.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Indocencias de Raquel Zarazaga

Poética

“Todos tenemos dos ojos.
Pero no todos vemos las mismas cosas.
Ni siquiera las vemos de la misma manera.
Hay quien ve hombre, coche, árbol,
y quien ve mujeres azules,
elefantes en las nubes
y un ojo encima de otro ojo.
A quienes viven así
se les suele llamar locos.
Y si tienen éxito, genios…”



VIII (Del patio del colegio)

En el patio de recreo habitan las sonrisas.
Tras la pelota, saltando a la comba o haciendo carreras, es tiempo robado al tiempo, donde sólo reposan los que quieren vivir jugando a la vida, aspirando el claror del aire que fondea en sus cuerpos dispuesto a permanecer allí para siempre.
Los niños parlotean. En su incesante bullir festivo parecen estar escritas las líneas maestras de una ignorada leyenda en que lo furtivo se alía con lo celeste, y ellos bogan siempre rumbo al infinito.
Colorín colorido, el teatro de la memoria me muestra, una vez más, el inventario añil de lo que fui, y de nuevo alcanzo la rosa con mis pequeños dedos tras la alambrada, me lastimo la rodilla una vez más, incendia mi mejilla aquella bofetada… caducos méritos de cada día, peldaños que me llevan siempre al rincón donde crece la hiedra, ángulo mágico donde sólo yo me encuentro conmigo misma.
Allí aprendo a reconocer lo desconocido, a caminar haciendo malabarismos por el dintel de las cosas, como quien dibuja un mapa para no olvidar el lugar donde dejó el tesoro escondido.
Ellos retozan.
Feliz algarabía..
Luz palpitan.
Retorno al vértigo. La bruma de los gritos se domestica al sonar la campana. Todos se apiñan -los babis sueltos- algunos canturrean, mientras regresan a clase. El oro leve que por un rato recolectaron ondula el plumaje de sus cabezas, ulula desde los corazones agitados por la carrera. El esplendor conseguido permanecerá diáfano, como transparente gasa, hasta el final de los días.
La parra del porche, los escarabajos, el brazo marmóreo de la estatua de la fuente... colmados con el halo de su parábola escriben la historia.
Aquél fue mi entonces. Flamea su recuerdo en mis pupilas y me acompaña como el globo que se ataba a la muñeca, mecido por la brisa, flotando alrededor, casi ausente.
*

Del libro inédito "IMAGINARIO DE LA INFANCIA"
Raquel ZARAZAGA

Indocencias de Eugenio Manuel Fernández Aguilar


Palabra robada


"Desnudos en el desierto"


“Esto es un poema.
Mantén sucia la estrofa.
Escupe dentro.”
ÁNGEL GONZÁLEZ

Manden al carajo
caramelos y sustantivos eternos.
Ratapan pin plan.
Dejen de menguarse el pelo,
posicionen en off todas las teles
y, por supuesto,
corten la red de redes.
Chi, shiii... bip... ¡plaf!
Abran para nunca cuentas corrientes
cancelen para siempre códigos postales.
Ratapan pin plan.
Hagan un abismo de libros aturdidos
y desplieguen sus alas
ya libres
del sudor idiotizante.
Separen,
sin ojos en la espalda,
los bucles de toda cadena;
vomiten furiosos sobre el valle de lágrimas;
fusilen a espartanos
en el autoservicio de los pesares.
Ratapan pin plan.
Miren alrededor,
infantiles y sin miedo,
la atmósfera imposible
de un desierto nudista.
Entonces, sólo entonces,
aprenderemos a amar
pues estaremos aislados
de todo motivo ajeno.
Olviden las palabras.
Olviden las palabras.
Olviden las palabras,
porque donde hay palabras la música calla,
porque si el ritmo vibra en el aire
innecesarias son las vocales.
Olviden las palabras.
Destrocemos este poema
y tachemos en un arrebato
¡TODAS SUS LETRAS!

Indocencias de Paco Gómez Escribano.

"Mis dos fobias"

Cuando pensaba en mi vida, tenía que acabar concluyendo que todo me iba a pedir de boca. Tenía una mujer estupenda y maravillosa que me amaba y tenía un crío de diez años que era nuestra alegría y nuestra debilidad.
Sólo había dos cosas que me traían a maltraer y que no comprendía por irracionales. No podía acercarme a un circo, era superior a mis fuerzas. No es que me pusiera nervioso o alterado, me ponía histérico. Así que, cuando nuestro hijo nos pedía que le lleváramos a ver las atracciones circenses del último circo que hubieran montado en la ciudad, era mamá la que cumplía porque papá no podía.
La otra fobia que me acompañaba desde siempre era que no podía ver una baraja de cartas. Daba igual que fuera una baraja española o de póquer, la reacción siempre era la misma. Era ver unos naipes y me ponía a temblar descontroladamente.
La verdad es que mi mujer, con la ternura y el tacto que la caracteriza, siempre me había sugerido ir a un psicólogo. Y yo, con la testarudez y la estupidez que me caracteriza a mí, siempre me había negado. Al fin y al cabo uno no va tropezándose en su vida cotidiana con circos y con partidas de cartas. Ese era mi argumento, pero la verdad era que no me apetecía contarle mis tonterías a ningún extraño, aunque fuese profesional.
Una tarde habíamos programado una velada en casa de las típicas. Marco y Marisa, su mujer, habían venido con su hijo Pedrito a pasar la tarde. Lo pasábamos bien en esas veladas, ya que Marco era amigo mío desde la infancia, las mujeres se llevaban muy bien y los niños jugaban toda la tarde. Sin saber muy bien por qué, mis fobias se convirtieron en el tema estrella de la conversación. Tanto fue lo que me presionaron que a la mañana siguiente prometí llamar a la consulta del doctor Grau para concertar una cita. El terapeuta había estudiado con Marisa en la universidad y ella me aseguró que hacía milagros con los pacientes. Así que no me quedó más remedio que tomar su tarjeta y prometer a todos que iría a que me viera.
A la mañana siguiente, en el trabajo, saqué la tarjeta de mi bolsillo y cuando me disponía a llamar algo me frenó. Debajo del nombre del terapeuta había unas palabras que no me gustaron: “Hipnosis regresiva, viaja a vidas pasadas”. Así que, decidí no llamar. Pero, ¡lo que son las cosas!. Como había poco trabajo, decidí mirar en INTERNET a ver si encontraba algo sobre las regresiones. ¡Y vaya si lo encontré! Aquellas páginas eran un compendio de pseudo-esoterismo barato que me echó definitivamente para atrás. Y para no quedar mal con nadie, llamé a Marisa e intenté disculparme. La conversación fue breve pero sirvió para que yo acabara en la consulta de su amigo.
-¿Marisa? Hola, soy Pepe.
-Hola Pepe, cómo vas. ¿Ocurre algo?
-Pues sí. Oye, mira, yo creí que tu amigo era un psicólogo serio. Si es uno de esos que promete llevarte a vidas pasadas y esas chorradas parapsicológicas yo…
-Oye, el doctor Grau no es una persona como la que tú estás describiendo. Por supuesto que es un psicólogo serio, uno de los más serios que yo conozco -me dijo Marisa contrariada.
-Y, entonces ¿qué significa lo de las vidas pasadas en la tarjeta? -dije yo como si la hubiera cogido en un renuncio.
-Eso no tiene nada que ver, pura mercadotecnia, chico. Escucha, -me dijo con toda la serenidad del mundo- yo que tú, primero hablaría con él, sin comprometerme a nada. Te atenderá gratis la primera consulta si dices que vas de mi parte. Si una vez que hayas hablado no te ves convencido, pues no pasa nada, te vas y santas pascuas. ¿Qué te parece?
-Me parece razonable, Marisa. Pero lo de las vidas pasadas me parece una chaladura, chica.
-Bueno, pues yo ya no te digo más. Te dejo, que tengo trabajo. Ya me contarás.
-Vale, un beso. Ah, y gracias.
-No las merezco, chao.
Después de hablar con Marisa llamé a la clínica y me citaron para el día siguiente. Esa noche hasta tuve pesadillas, lo que provocó que pasara el día entre ansiedad y somnolencia. No obstante, después de salir del trabajo, le eché valor y me presenté allí. Mientras estaba en la sala de espera estuve a punto de marcharme ya que los elementos de “mercadotecnia” colgaban de las paredes en forma de llamativos carteles. Pero cuando iba abandonar la enfermera pronunció mi nombre y me pareció menos violento entrar a la consulta que marcharme sin decir nada.
El doctor Grau me saludó educadamente. Al parecer, Marisa ya había hablado con él y le había comentado mis reticencias. Y yo se las confirmé mientras él me escuchaba pacientemente. Tuve la extraña sensación de que el doctor me resultaba inquietantemente familiar, aunque era la primera vez que le veía.
-Escúcheme -me dijo-. Yo soy un científico y si he optado como terapeuta por el método de la hipnosis regresiva es porque me da estupendos resultados. Mediante este sistema hago retroceder en el tiempo a mis pacientes y les llevo hasta sus traumas. Lo que ocurre es que, a veces, después de hacer un recorrido temporal a lo largo de su vida, no encuentro ningún resquicio. Cuando sigo retrocediendo, el paciente suele verse en lo que parece ser el útero de su madre. A partir de ahí, si seguimos dando marcha atrás, el paciente da un salto hacia un tiempo y un lugar que no pertenecen a su vida cotidiana. Sin embargo, el paciente tiene la sensación de haber vivido esos hechos.
-¿En vidas pasadas? -le pregunté con sarcasmo.
-Me importa un pito lo que sea -contestó él de forma tajante.
-Perdón, ¿cómo dice?
-El concepto de “vidas pasadas” es el más romántico o el más filosófico. Pero también podría ser que tuviéramos esas informaciones grabadas en el subconsciente. O podría ser que fueran fruto de la información genética. Tenga en cuenta que los genes se van transmitiendo de generación en generación y podría ser que guardáramos información de vivencias que tuvieron nuestros padres, nuestros bisabuelos o nuestros primeros antepasados. En cualquier caso, ninguna de las teorías anteriores ha podido ser demostrada. Y hasta que lo sean, yo sigo curando pacientes mediante la regresión.
-Oiga, creo que le debo una disculpa -dije arrepentido-. Verá, he visto tantas cosas en INTERNET que creí que sería usted un charlatán.
-Y no le culpo, amigo. Este es un terreno abonado para sinvergüenzas y estafadores. Pero esto es una consulta médica. Y si usted está de acuerdo, empezamos ahora mismo. La sesión de hoy es gratis y si cuando terminemos no está conforme, se lo dice usted a Marisa y aquí paz y después gloria, ni siquiera tendrá que volver a verme.
Cuando al cabo de una hora salí de la sesión, tuve claro que volvería a ver a ese hombre. El proceso de hipnosis me llevó a volver a revivir algunos episodios de mi vida. La sensación fue extraña, porque era consciente de estar tendido en la camilla y al mismo tiempo vivía un hecho que había ocurrido en el pasado. Pero no lo recordaba extrayéndolo de mi memoria, sino que volvía a vivirlo como si volviera a estar allí. Fue increíble.
La siguiente sesión tuvo lugar una semana más tarde. El doctor Grau me relajó y me dijo que íbamos a viajar hasta un circo que hubiera significado mucho para mí. Inmediatamente me sentí transportado hasta el descampado en el que jugábamos al fútbol cuando yo era pequeño. Mis amigos y yo teníamos doce años y me alegré de volver a verlos. Durante esos días no podíamos jugar con el balón ya que en nuestro descampado habían instalado un pequeño circo. Así que aquella noche jugábamos al escondite. Las lonas y los artefactos circenses hacían que el juego fuese más interesante ya que disponíamos de muchos lugares en los que escondernos. Precisamente, yo me escondí detrás de una de las lonas. En un momento dado, escuché pasos detrás de mí. Al volverme contemplé a dos hombres que me miraban con malas intenciones.
-Así que has venido a robar ¿eh? -dijo uno de ellos enfatizando el final de la frase.
-Yo… -dije balbuceando-, no… Estoy jugando al escondite y…
No me dejaron explicarme porque el que había hablado me propinó una patada en el costado que me levantó del suelo.
-¡Pingo! -dijo el otro con mala leche. Luego me dio una bofetada que provocó que el oído me zumbara durante horas.
Como allí no valían las explicaciones, mis amigos me llamaron desde detrás y salimos corriendo como alma que lleva el diablo.
El doctor Grau me despertó del trance y recuerdo que al levantarme de la camilla tuve que secarme las lágrimas. Había estado llorando. ¿Cómo había podido olvidar el suceso?
-Este episodio significó mucho para usted -me dijo el doctor-. Seguramente fue la primera vez que unas personas mayores abusaron de usted. Y usted no había hecho nada malo. Su mente no lo comprendió y decidió borrar ese capítulo de su vida, pero sin embargo, cada vez que ve un circo, no puede soportarlo. Pues bien, ya sabe por qué. Lo que debe hacer ahora es asumir el hecho e integrarlo en su vida cotidiana con su perspectiva de adulto. Y admitir que ponerse nervioso por ver un circo no tiene sentido.
El sábado siguiente llevé a mi hijo y a Pedrito al circo y yo me lo pasé mejor que ellos. Me había curado.
Antes de empezar la siguiente sesión, informé al doctor Grau de mi progreso y le di las gracias por todo.
-Aún no hemos terminado -me dijo-. Todavía tenemos que ver qué pasa con su fobia a las cartas.
Esta sesión duró un poco más, ya que no encontramos nada que pudiera justificar mi aversión a los naipes. Así que el doctor me llevó hasta el útero de mi madre. Pero en el momento en que más a gusto me encontraba salté hasta un “yo” que vivía en el siglo XIX en un pueblo del norte de España. Realmente era yo, tenía cincuenta años y me llamaba Paulino. Vivía en un pueblo casi deshabitado y trabajaba de sol a sol. Era viudo y no tenía hijos. Y la única diversión era la partida de cartas de los domingos por la tarde. Mi vida no era radiante pero tampoco era un infeliz. Lo único que ocurría era que desde hacía un año yo venía padeciendo unos dolores infernales en el pecho. Por aquel entonces no había médicos, pero yo sabía que tenía una enfermedad mortal. Y como era un bromista, decidí despedirme de mis amigos a mi manera. Así que en una de aquellas partidas decidí hacer una apuesta. Les dije a mis amigos que sería capaz de adivinar el día de mi muerte con las cartas. Me las coloqué y saqué algunas que, por su número, me dieron la fecha que yo quería: el 10 de diciembre de 1891, una semana más tarde. El Salustiano, buen amigo, entró al trapo e hicimos una apuesta. Si no moría yo le daba mis dos vacas y si moría, él pagaría el entierro y el funeral. A la semana siguiente, el día 10, el cura encontró mi cuerpo en mi casa pendiendo de una soga. Me había suicidado.
No hace falta decir, que a partir de ese momento las partidas de cartas se incorporaron a las reuniones con Marco y con Marisa.
Cuando llegó la hora de pagar al doctor metí en un sobre acolchado un talón, una baraja de cartas y dos entradas para el circo. Y se lo hice llegar de forma anónima.
A los pocos días recibí en casa una carta que llevaba el membrete del doctor Grau. La carta decía “Gracias, Paulino”. Y la firmaba “ el Salustiano”.



"Lucía en sonetos"

Briznas de oscuridad en la penumbra,
café y humo de tabaco flotando,
el nuevo día ya me está calando
y el alba de cristal mi alma alumbra.

El día comienza como acostumbra,
pedazos de silencio encadenando
tu ser, en los rincones acechando,
recuerdo de tu amor que me deslumbra.

Días moteados de felicidad
por favor, no quiero que acaben, plenos,
estos días llenos de inmortalidad.

Mi alma y mi espíritu de ti están llenos,
yo sólo deseo la comodidad
de amarte en esos momentos tan buenos.

Eres como ángel sereno, Lucía,
niña dormida ahora sobre el lecho,
mientras la emoción asoma a mi pecho,
quedamente espero tu compañía.

Mi espera calma tu sonrisa ansía,
tu rostro dulce, tu pelo deshecho,
tu despertar, fresco, como el helecho,
velándote estoy, mi niña, mi guía.

Tímidos rayos de luz aparecen,
tu fino pelo rubio se ilumina,
mis ganas de besarte no decrecen.

Mi ansiedad me delata, me incrimina,
mi admiración y mi amor comparecen,
tejiendo una telaraña muy fina.

Para atraparte, para conseguirte,
para tenerte a mi lado, muy cerca,
con tu corazón hundido en mi alberca,
y yo preparado para seguirte.

Lejos quedó la hora de dormirte,
la hora del despertar que ya se acerca,
nos encierra a los dos con una cerca
para que nada externo pueda herirte.

Te mueves en tu cama dulcemente,
anuncio de tu cercano despertar,
te veo suspirar plácidamente.

De tu dulce sueño vas a desertar,
resuenan en mi acalorada mente
truenos, dulce ángel, te voy a encontrar.

El día se presenta en la ventana,
mi amor abre los ojos y sonríe,
risueño la miro y quiero que ansíe
besos, rosa de amor que la engalana.

Muy despacio levanto la persiana
la tomo de la mano y ella ríe,
dejo que se relaje, que confíe,
y venero su figura lozana.

La cubro de cariño, amor y besos,
me la llevo en volandas a la sala
y preparo dos cafés bien espesos.

Dulce, de su sencillez hace gala,
yo la amo hasta el fondo de mis huesos,
mi amor no se mide con una escala.




Ciclo Vital.

Ensenada de Bolonia: Mercedes y Aurora

-No puedo más, Aurora, no sé cuál será el límite de mi capacidad de aguante, pero te aseguro que ando muy cerca -dijo Mercedes mientras exhalaba con violencia el humo de su enésimo cigarrillo aquella tarde.
-Cálmate, mi amor -contestó Aurora con ternura, procurando apaciguar a su más preciada amiga y compañera de fatigas. Había transcurrido mucho, mucho tiempo. Tanto, que los rasgos típicos de la vejez habían empezado a aparecer en Mercedes, aunque levemente. Aurora no pudo evitar sentir una punzada de deseo contemplando tan de cerca a su antigua amante, lo que, dadas las circunstancias, provocó en ella un rápido arrepentimiento. Mercedes había viajado hasta allí porque la necesitaba, pero no en ese sentido. -Me estás asustando y mucho. No has querido decirme nada por teléfono, así que no sé lo que te pasa, pero te aseguro que todo tiene solución.

-Aurora, antes de nada quiero agradecerte que me hayas atendido tan amablemente. Ayer cuando hablé contigo, te faltó tiempo para decirme que viniera a pasar el fin de semana.
-Mercedes, cariño, ahórrate los agradecimientos y demás cosas innecesarias que entre amigas sobran. Has sido una de las personas que más huella ha dejado en mí, por no decir la que más. Y si tienes algún problema y yo puedo ayudarte, aquí me tendrás siempre.
-Eres un encanto -dijo Mercedes con cariño, casi con devoción-, ¿te lo había dicho alguna vez?
-Sí, pero de eso hace ya mucho tiempo, quizá demasiado -contestó Aurora mirando con melancolía en dirección a la playa.
-En serio, Aurora, quiero agradecerte en voz alta y aquí en este lugar, por lo que ha significado para nosotras, que estés aquí conmigo atendiéndome y escuchándome, sin pedir nada a cambio. Y quiero que sepas que para mí es un verdadero placer volver a estar contigo.
Mercedes y Aurora se habían conocido hacía más de treinta años en la Universidad Complutense de Madrid. Sus vidas se habían cruzado por primera vez casualmente en un aula de la Facultad de Geografía e Historia. Sin saber muy bien por qué, desde el primer día en que se habían sentado juntas en el pupitre, había surgido entre ellas una corriente de empatía que en poco tiempo se transformó en un amor profundo, un amor que vivieron con pasión durante más de diez años. Aurora sabía desde que era bien joven que lo que a ella le gustaba no eran los hombres, como al resto de sus amigas. Sin embargo, a Mercedes le había cogido totalmente por sorpresa. De hecho, hasta ese momento sólo había salido con chicos. El caso es que las dos mujeres habían vivido juntas la etapa más apasionante de sus vidas.
Habían terminado la carrera juntas, habían opositado y accedido a la función pública juntas, y juntas habían ido descubriendo las luces y las sombras de la vida. Un buen día, Mercedes había conocido a Fernando, un compañero del ministerio en el que trabajaba. Y, pasados tres años, descubrió que estaba locamente enamorada de él, no había podido evitarlo. Al poco tiempo se enteró de que Fernando la correspondía en silencio, así que una tarde, al volver del trabajo, se sentó con Aurora y procuró explicarle lo que le estaba pasando con toda la delicadeza que fue capaz de reunir. Aurora no se enfadó, jamás había podido enfadarse con Mercedes, pero procuró sacarle de la cabeza a Fernando. Demasiado tarde para eso; Aurora supo en ese mismo instante que acababa de perder a su amada para siempre. Al día siguiente, en el trabajo, pidió una plaza vacante que había surgido en la Subdelegación de Gobierno del Campo de Gibraltar, en Algeciras, y tuvo suerte. A las dos semanas pudo incorporarse, dejando atrás a Madrid y a Mercedes. Aurora se instaló en la Ensenada de Bolonia, en su casa natal. Allí había vivido con sus padres hasta que los dos murieron, casi al mismo tiempo. De esto hacía casi ya tres años.
-Aurora, si he recurrido a ti es porque no tengo a nadie más -continuó Mercedes-. Como sabes, Fernando y yo hemos estado siempre muy unidos. Como consecuencia de esto, en su día dejamos un poco de lado a nuestros amigos. Actualmente, tengo a gente conocida, sí, pero con nadie disfruto de la intimidad que da una amistad sincera y verdadera. Me estoy tragando esto yo sola y, la verdad, ya no puedo más.
Las dos mujeres no habían vuelto a verse desde que Aurora abandonó Madrid para cambiar de vida. Las dos lo habían querido así: verse habría sido demasiado doloroso. Pero nunca habían perdido el contacto, aunque su relación desde entonces se había limitado a dos llamadas telefónicas en sus respectivos cumpleaños y al envío de felicitaciones por Navidad.
-Mercedes, o disparas de una vez o me va a dar un ataque de nervios -dijo Aurora verdaderamente alterada.
Mercedes se había casado con Fernando y habían tenido un niño, Miguel. La vida les había tratado bien hasta que cuatro años atrás Fernando había muerto de cáncer. Ahora Mercedes vivía con Miguel en Madrid, en la misma casa de siempre, ya que él todavía no se había emancipado. Pero había alguien más viviendo con ellos y ése había sido el verdadero motivo del viaje de Mercedes a Bolonia, buscar refugio en su queridísima amiga y antigua amante, buscar cobijo en la tierra natal de Aurora, en esa herradura mágica que era la Ensenada de Bolonia y que tantas veces les había servido como lugar de descanso estival.
-Es Miguel, Aurora, es mi Miguel, no puedo seguir viendo cómo sufre día tras día viendo que lo suyo no tiene solución alguna -ahora Mercedes lloraba amargamente con la fuerza del llanto contenido durante tanto tiempo. A Aurora, la explosión de dramatismo la sorprendió totalmente desprevenida. Y rápidamente extrajo un pañuelo del bolso y se levantó para sentarse más cerca de Mercedes y consolarla. Estaban solas en la terraza del "Bellavista" tomando un café, y eso les permitió unos momentos de intimidad.
-Calma, mi niña, venga mi amor, no llores, tranquilízate, que aquí está tu Aurora para ayudarte. -Aurora separó la cabeza de Mercedes de su propio hombro con exquisita delicadeza y ahora le secaba las lágrimas que caían por sus mejillas con dulzura. En ese momento observó más de cerca su semblante, que sufría, y a pesar de todo, pensó que era el rostro más bonito que había visto nunca. La besó tiernamente y luchó con determinación contra sus fantasmas personales que le estaban pidiendo a voces devorarla.
-Lo siento, Aurora -dijo Mercedes ya más calmada mientras apuraba el segundo café de la tarde.
-No tienes que pedir disculpas, mi niña, necesitabas desahogarte y lo has hecho. -Aurora se levantó de la mesa e hizo un gesto a través de la ventana a Carmelo. Le conocía de toda la vida y tenía con él una complicidad fuera de lo común. Tras haber trabajado como camionero una temporada, hacía muchos años, había vuelto a Bolonia y hacía ya más de cuarenta años desde que había montado el restaurante y el hostal. Tanto él como su mujer y sus hijas eran muy queridos en la comarca. Y con una mirada de Aurora, Carmelo supo que tenía que intervenir de inmediato. Así que salió a la terraza y se dirigió a las dos mujeres.
-Bueno -dijo-, ¿ya han tomado el café? -Carmelo era muy tímido- Pues escúchenme:
Dicen por este lugar encantado
que el sol no ha vuelto a centellear igual
porque dos mujeres guapas se separaron
y hoy yo me las he vuelto a encontrar.
Con razón el astro rey
hoy se va a esconder más tarde
no se va a querer perder
a dos preciosas mujeres
por cuyas bellezas arde.
Inmediatamente después de pronunciar la poesía o chascarrillo, como a Aurora le gustaba denominar a los poemas improvisados de Carmelo, éste empezó a reír convulsivamente tapándose la cara con la mano, tratando de esconder su timidez aumentada por el aplauso de las dos mujeres. Cuando los tres se sosegaron, Aurora guiñó casi imperceptiblemente el ojo a Carmelo en señal de agradecimiento, porque era la primera vez en toda la tarde que había visto sonreír a Mercedes.
-Carmelo, ¿te acuerdas de lo que solíamos tomar aquellas tardes de verano hace ya más de veinte años?
-Claro que sí, Aurora, ahora mismo os traigo dos.
-Aurora, yo ya no bebo -dijo Mercedes mientras Carmelo ya se había encaminado hacia la barra.
-Hoy sí, querida, hoy sí -contestó Aurora.
Cuando Mercedes terminó de referir a Aurora la historia que desde hacía tiempo tenía emponzoñada toda su alma, habían transcurrido cuatro horas entre güisquis y un paquete de cigarrillos.
Después de despedirse de Carmelo, las dos mujeres enfilaron el camino que llevaba hasta la casa de Aurora. La anfitriona arropó con mimo a Mercedes, que experimentó la misma punzada de deseo que antes había percibido Aurora. Ocurrió al sentir en su rostro las cosquillas que le produjeron los cabellos de la larga melena rubia de su querida amiga, que no pudo evitar besarla tiernamente en los labios. Al despegarse de ella, Aurora contempló fijamente los ojos verdes de Mercedes y ese rostro envuelto por la cabellera negra que tanto había amado tiempo atrás.
-Escúchame, querida -susurró Aurora-, quiero que descanses. Mañana nos vamos a ir a Algeciras, me voy contigo a Madrid.


Madrid: Miguel y Nadya (la llamada por Dios)
En cuanto Nadya cerró la puerta de casa tras de sí para bajar a por el pan, Miguel vio la oportunidad. Se dirigió al armario ropero de su madre, ausente porque había viajado a visitar a una antigua amiga, y cuchillo en mano extrajo una bolsa de entre unos pantalones. Rápidamente la abrió y extrajo una barra de lomo, de la que cortó una generosa lámina que se introdujo con ansiedad en la boca. A la carrera, se dirigió a la cocina y cortó un pedazo del pan que había sobrado del día anterior y cogió una cerveza del frigorífico. Aún con el regusto del lomo en la boca, volvió a la habitación y cortó un grueso taco de jamón serrano. Lo masticó rápidamente y echó un largo trago de cerveza que le ayudó a tragar la mezcla de pan y jamón que le quedaba en la boca. Cuando hubo terminado, recogió todo y puso cuidadosamente cada cosa en su sitio. A continuación se dirigió al servicio y se lavó los dientes y después se los enjuagó con elixir de menta.

Una vez más, había cumplido con el ritual que se había convertido en un conjunto de movimientos mecánicos. A renglón seguido, volvió a acomodarse en el sofá para continuar leyendo la novela, situándose casi en la misma posición que estaba cuando Nadya había abandonado la vivienda.
Miguel era un ávido lector de narrativa, aunque hoy paseaba sus ojos por las líneas del libro sin asimilar nada. Al final dejó descansar el grueso tomo sobre sus piernas y mirando hacia el techo empezó a reflexionar. Pensó en cómo había conocido a Nadya y en cómo se habían enamorado como dos adolescentes. Llevaban tres años saliendo juntos, aunque esto era una verdad a medias. La verdad es que se habían conocido en la Facultad, en el último año de carrera de Miguel. Nadya estaba estudiando en Madrid con una beca Erasmus. Ella había nacido en Lyon, aunque sus padres eran argelinos que habían emigrado a Francia en busca de una vida mejor.
El comienzo de la relación entre Nadya y Miguel nació de un flechazo, así que empezaron a salir y comenzaron a hacer planes de futuro. No había transcurrido ni un mes, cuando los dos jóvenes ya estaban viviendo en casa de Mercedes, la madre de Miguel, que estaba encantada con Nadya. La joven llevó un viento de brisa fresca a un hogar que acababa de perder al padre de Miguel, Fernando.
El drama comenzó a sobrevenir dos meses más tarde, cuando Nadya comunicó a sus padres su situación. Ellos no la entendieron en absoluto, sobre todo porque los dos hermanos mayores de Nadya se habían casado en Francia con dos mujeres musulmanas, como mandaba la tradición. Y hacía ya dos años que Leylah, la hermana menor de Nadya, había contraído matrimonio con un vecino de sus padres, que también era musulmán, naturalmente. Sus padres habían advertido a Nadya de que no se hiciera ilusiones, porque lo que se proponía era imposible. Tanto fue lo que la presionaron, que a los dos años Nadya volvió a Lyon para vivir con su familia y permaneció allí durante un año, pero el tiempo que pasó con ellos fue un infierno. Vivió prácticamente encerrada en su habitación y era repudiada a diario por sus padres y por sus hermanos, que jamás entenderían la humillación a la que Nadya les había sometido.
Cuando no pudo aguantar más, llamó por teléfono a Miguel, que se presentó en Lyon sin dudarlo ni un instante. Permaneció allí varios días, durante los cuales Nadya fue sacando de su habitación a escondidas las cosas más importantes. Después regresaron a Madrid y volvieron a vivir juntos. Bien es cierto que había mucho amor entre los dos y mucho cariño entre Mercedes y Nadya, pero la convivencia no era todo lo llevadera que los tres habrían querido: siempre chocaban contra la inmensa grieta cultural entre cristianos y musulmanes. De momento, el amor y el cariño habían podido más, aunque siempre eran Mercedes y Miguel quienes acababan cediendo.
Miguel aún reflexionaba cuando Nadya abrió la puerta después de comprar el pan. Sólo deseaba que ella no notara que había estado comiendo otra vez lomo y jamón, para eso se había esmerado con el aseo de sus dientes. Más de una vez Nadya le había pillado in fraganti, tras lo cual había estado semanas sin besarle. En esas ocasiones, la dulce mujer que era se transformaba en otra cosa que no era ella. "Me das asco", le había dicho en cada ocasión recordándole la prohibición musulmana de comer cerdo.
-Hola, amor mío -dijo Nadya-, ya estoy aquí.
-Hola, cariño-contestó Miguel-. Vaya, te has empapado.
-Sí, de repente ha empezado a llover y me ha cogido sin paraguas -contestó Nadya a la vez que besaba a Miguel-. ¡Vaya, es que no me lo puedo creer! -Nadya acababa de poner el tono de voz que precedía a sus frecuentes cambios de personalidad cuando había algo que no le encajaba.
-¿Qué ocurre, Nadya? -preguntó Miguel.
-¡Has vuelto a beber cerveza! -gritó con ira en sus ojos. Nadya portaba en su mirada la censura absoluta hacia Miguel, a quien escrutaba severamente como si hubiera cometido el pecado más terrible.
-¡Nadya! -replicó Miguel que, aun a pesar de haber tratado de esconder su "falta", se sentía incómodo con la situación y siempre intentaba razonar con ella- Lo hemos hablado mil veces. ¿Por qué siempre pareces entender y luego a la primera ocasión vuelves con lo mismo?
-¡Porque es pecado comer cerdo y beber alcohol! ¡Y además es asqueroso! ¿Es que no lo sabes? ¿Cómo voy a hacer que lo entiendas?
Miguel bajó la mirada y pensó que era mejor callar. Al fin y al cabo, ella no iba a entender sus razonamientos y si intentaba defenderse sólo conseguiría que ella se violentara aún más. "Sí, es lo mejor", pensó. Lo más prudente era dejar que se calmara y que se le pasara poco a poco.
Además, el tiempo también jugaba a su favor, ahora mismo estaba demasiado herido, así que recuperó su novela, pero cuando se dirigía a su habitación sonó el teléfono.
-Sí, dígame.
-¿Miguel? Soy mamá.
-¡Mamá! ¿Dónde estás? ¿Qué tal todo?
-Estoy en el tren, cariño. Aurora, la amiga a la que he venido a visitar, está conmigo. Va a quedarse con nosotros una semana.
-¡Vaya! ¡Eso es estupendo! Pero, dime, ¿a qué hora llegáis?
-Llegamos a la estación de Atocha a las dos de la tarde.
-Vale, mamá. Estaré esperándoos en el andén.
-No hace falta que vayas, Miguel, cariño. Escucha, voy a comer con Aurora por el centro y después vamos a hacer unas compras. Estaremos en casa sobre las ocho. Oye, ¿va todo bien?
-Sí, mamá -mintió-. Bueno, pues entonces os esperamos en casa a las ocho. Estoy deseando conocer a Aurora.
-Muy bien, cariño. Un beso.
-Un beso, mamá. Hasta luego.
-Hasta luego, cariño.
Miguel colgó el teléfono, cogió su novela y sin despedirse de Nadya salió a la calle. Necesitaba que le diera el aire y calmarse. Sabía que le esperaba un día de silencio y de desasosiego.
Madrid: Mercedes, Aurora, Miguel y Nadya
Hacía mucho tiempo que Mercedes y Aurora no disfrutaban tanto. A las seis de la mañana, antes de abrir el bar, Carmelo las había llevado en coche hasta el cruce de Bolonia, en donde tomaron el autobús para Algeciras. Habían sacado los billetes para el TALGO de las 8.40 y se dieron una vuelta por la Plaza Alta. Después de tomar un café en la calle Ancha, volvieron a la estación y tomaron el tren. Durante las cinco horas que duró el trayecto no pararon de hablar de sus cosas. Ahora, después de haber comido en Lhardy, estaban tomando un café en la Plaza de Santa Ana y volvieron a retomar el tema de conversación que había posibilitado volver a estar juntas.
-Y ella ¿no lo comprende? -preguntó Aurora.
-Claro que lo comprende -contestó Mercedes-. Nadya es una persona hermosa, por dentro y por fuera, ya la verás. Pero es que además es inteligentísima. Es licenciada en Administración y Gestión de Empresas y además tiene varios "masters". Habla cinco idiomas, Aurora. Yo hablo con ella muchísimo y es muy razonable, incluso tocamos sutilmente temas de actualidad que atañen a la comunidad musulmana internacional.
-¿Entonces? -preguntó Aurora.
-Lo que ocurre es que puedes hablar con ella de cualquier cosa, pero en frío. En el momento que menos te lo esperas, afloran sus prejuicios y cambia de personalidad, ya no es ella.
-Y cuando se calma, ¿no se arrepiente?
-No se arrepiente en absoluto, Aurora. Y yo veo que siempre es Miguel el que pide perdón por hacer cosas que son a todas luces normales. Él ahora está muy enamorado y lo hace, pero ¿qué sucederá cuando vayan pasando los años? Pues yo creo que se cansará de disculparse. ¿Y qué ocurrirá cuando tengan hijos? ¿Qué educación van a darles? Porque desde luego, Miguel no está dispuesto a convertirse al Islam y ella no va a hacerse cristiana o laica, en eso no cede ninguno de los dos.
-Pues sí que está complicada la cosa. Oye, Mercedes, y sus padres ¿qué dicen?
-No tengo ni idea, pero te lo puedes imaginar. Ya te conté en el tren lo que pasó cuando ella regresó a Lyon. En ese sentido ella es muy reservada, no dice absolutamente nada. Pero parece ser que su familia rompió con ella. A veces tengo miedo, Aurora, miedo de que puedan venir para llevársela a la fuerza, aunque ellos no saben quiénes somos ni dónde vivimos. Yo no dudo que sean buenas personas, han tenido que ser buenos padres. Llegaron a Francia sin nada y todos los hijos tienen carrera. Pero esos prejuicios raciales y religiosos...
-Y, ¿qué dice Miguel? -preguntó Aurora mientras encendía un cigarrillo, besaba la boquilla y se lo daba a Mercedes.
-Miguel está enamorado, Aurora -dijo Mercedes mientras exhalaba el humo del cigarrillo-. Estoy preocupadísima, porque, por si fuera poco, a Miguel le ha salido un importante trabajo en Sevilla y la semana que viene se van a vivir allí. Ya hace un mes que tienen el piso montado.
-¡Pobre Mercedes! Lo que debes estar pasando. Oye, ¿y ella? ¿Tiene trabajo?
-Eso no me preocupa en absoluto, Aurora. Sé que ella encontrará trabajo cuando quiera y donde quiera. Lo que me preocupa es la relación entre los dos.
Pagaron los cafés y fueron dando un paseo hasta la casa de Mercedes. El tiempo había pasado volando para las dos antiguas amigas. Aurora estaba emocionada por haber vuelto a caminar por las calles de Madrid. Y Mercedes, aunque apesadumbrada, se sentía más tranquila en compañía de Aurora.
Al llegar, Mercedes hizo las presentaciones, y después de que las dos amigas deshicieran las maletas y se pusieran cómodas, cenaron los cuatro juntos. Nadya había preparado un cordero asado que estaba riquísimo y Aurora conversó con ella animadamente. Había esperado que llevara velo o algo que la identificara como musulmana, pero nada de esto había ocurrido. Nadya, de piel clara, parecía una española más, moderna y muy abierta y culta. Con lo cual, no podía entender que se produjeran situaciones como las que le había referido Mercedes.
Por su parte, Miguel era un chico estupendo. Se parecía físicamente a Mercedes, lo cual le hizo gracia. Y vio a la joven pareja muy enamorada y muy compenetrada. Pensó que quizá su amiga había exagerado, porque no encontró ningún motivo para desconfiar de Nadya, ni esa noche, ni durante la semana que permaneció acompañando a Mercedes, tras la cual volvió a Bolonia y a su vida.

Ensenada de Bolonia: Mercedes y Aurora. Ocho años después

El día era estupendo, de esos en que la suave brisa cambia de poniente a levante y viceversa. Habían pasado cinco años desde que Mercedes había pedido la jubilación anticipada y se había ido a vivir con Aurora a Bolonia. Y no hacía ni un mes que se habían casado. Desde que habían viajado a Madrid, habían vuelto a retomar la relación. Y ahora vivían tranquilas en casa de Aurora. Esperaban hacerlo lo que les restara de vida. Estaban tumbadas en unas hamacas en la playa, tranquilas, leyendo y fumando un cigarrillo. Mercedes levantaba la vista de vez en cuando para no perder de vista al niño, que jugaba indiferente en la arena.

-¡Abuela! ¿Verdad que luego me vas a comprar un helado?
-Sí, cariño, la abuela te comprará un helado.
Cuando el niño obtuvo la confirmación volvió a sus quehaceres en la arena.
-¡Qué guapo es! -dijo Aurora mirando al niño con ternura- Se parece a ti.
-Sí que es guapo, Aurora. Aunque es una pena que tenga que crecer con la ausencia de su madre. Nunca se lo perdonaré, ¿sabes? Nunca se lo perdonaré.
Mercedes se refería al hecho que marcó la ruptura definitiva de Miguel con Nadya. Ambos se habían establecido definitivamente en Sevilla y se habían casado. Miguel había cedido y lo habían hecho por el rito musulmán. Al fin y al cabo, él la amaba, y celebrar la ceremonia como ella deseaba no le había parecido un detalle importante. Además hacía años que Miguel no iba a la iglesia, se consideraba un católico "no practicante". Habían tenido un niño y le habían llamado Abdul. Miguel había intentado convencer a Nadya de que, ya que iban a vivir en España, lo más sensato era buscar un nombre español. Una vez más, ante la incomprensión de ella, Miguel había vuelto a ceder.
Mercedes había ido viviendo el progresivo deterioro del matrimonio de su hijo, ya que éste viajaba frecuentemente a Madrid por cuestiones del trabajo y hablaba de sus problemas a su madre. Además, como había vuelto a retomar su relación con Aurora, Mercedes paraba en Sevilla siempre que viajaba hasta Bolonia, lo que le había permitido comprobar in situ que los episodios en los que Nadya cambiaba de personalidad habían aumentado.
Cuanto más pasaban los meses y los años, más convencida estaba Mercedes de que aquella relación no soportaría el paso del tiempo. Sólo una vez, en la que Miguel la había llamado por teléfono desde la habitación de un hotel, le había aconsejado que se separara de ella. Habían tenido una fuerte discusión y él se había ido de casa. Como Miguel no quiso ni oír la palabra divorcio, Mercedes casi le ordenó que regresara a casa, no fuera que Nadya le denunciara por abandono del hogar. Él juzgó sensatas las palabras de su madre y había vuelto a casa esa misma noche. Pero fue la primera vez que pasó por su cabeza la posibilidad de que cada uno siguiera con sus vidas por separado.
La vuelta a casa de Miguel no había arreglado en nada la situación, que cada vez se fue deteriorando más y más. Al final, una fuerte discusión, la enésima, propició que ella abandonara la casa con el niño. Se marchó a Madrid y, tras la denuncia interpuesta por Miguel, la detuvieron en el aeropuerto de Barajas, en la puerta de embarque. Había quedado allí con su hermano mayor y con su padre e iban a tomar un vuelo a Argelia. La policía había abortado el secuestro, y la separación entre Miguel y Nadya fue por fin definitiva. El juez le había dado la custodia del niño a él.
-No lo pienses más, cariño -dijo Aurora. Ya verás cómo cualquier día Miguel encuentra una buena chica que le dé el amor que se merece.
Y dicho esto, las dos mujeres se besaron tiernamente.
-Te amo, Mercedes.
-Yo también, Aurora, yo también te amo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Indocencias de Juan Rincón.

"El Renco"

“He sido un hombre afortunado. Nada en la vida me fue fácil”

(Sigmund Freud”)


-...¿Patachula? Pues no, ese en particular no me suena, mire usted. Yo lo conocía por “Renco”, “ Mediapata”, “Cojitranco”, “el Negro Patilacio” y así podía decir quince o veinte motes más, hasta aburrirla. Los motes, señorita, son en Cádiz el currículo de los pobres y, a veces, su árbol genealógico; se heredan de padres a hijos y de hijos a nietos, generación tras generación. Si no de que iban a decirme a mí “el Lechuga” si lo más parecido que he visto en mi vida a un huerto ha sido el Parque Genovés, ¿que no?. Pues por mi abuelo o mi bisabuelo que eran mayetos allá por Medina o que sé yo.

( ) ......no, no. Su familia vino de El Puerto hacia los años 50 y él ya nació aquí o eso se creía él porque siempre decía que era más de Cádiz que Moret. El padre era marinero y cuando la cosa flojeaba en una punta de la bahía se venía a la otra buscando embarque y así hasta que se casó aquí, en la Tacita, le hizo por lo menos diez barrigas seguidas a su mujer – quizás dos o tres más a alguna mora – y desapareció para siempre, no se sabe si tragao por la mar , por el vino o por las dos cosas.

( ) ... lo de su cojera y el brazo lacio debió ser cosa de la polio infantil o de algunas de las palizas que el andoba de su padre le zurraba a su madre, embarazada o no, cada treinta o cuarenta días dependiendo de los turnos que hacía en la mar. Cuando no bajaba al moro y se quedaba en la Bahía, los palos eran más frecuentes pero menos intensos. A eso le llamo yo la ley de la compensación universal. Si quiere usted se la explico y ...

( ) ...amigo, amigo, lo que se dice amigo, no. Yo le tenía más miedo que otra cosa. O se lo tuve de chico, mejor dicho. Cuando yo era un niño tenía que pasar a diario por su puerta, allí por el Corralón, y lo veía sentado en su sillita de nea con más mierda encima que el rabo de una vaca y esa pierna colgando. El gitanillo ese, cuando me veía pasar , yo no sé qué se le infundíacojetás por el barrio . ¡No corría de chico el cojitranco, no dolían ni las pedrás que pegaba el hijoputa! que me insultaba y me escupía y , de vez en cuando , me perseguía a

( ) .... cuando no tenía nada que hacer se venía allí a la playa de la Victoria y cuando jugábamos al Trofeo siempre había algún capitán que se lo pedía el último, cuando ya no quedaba nadie más que pedirse .Era como tener en tu equipo al banderín de corner. El cojo sí, se movía, corría arriba y abajo y le ponía mucha , mucha voluntad pero nunca llegaba donde estaba la pelota.

( ) ...del Cádiz, vaya que sí , el “Renco” siempre era del Cádiz. Los demás nos repartíamos entre los equipos grandes que jugaban ese año el Trofeo pero él no, él nunca cambiaba. Yo era del Betis – “manque perdiera” - por herencia paterna pero como mi equipo casi nunca jugaba en el Carranza, elegía para los míos casi siempre el Palmeiras, que vino una jartá de veces, y los demás de mi equipo, sin saber siquiera de qué ciudad ni de que país eran los palmeiranos , se ponían a hablar entre ellos como si fueran guashinais, dándose importancia. Una vez que vimos a Pele en la televisión hasta nos pintamos de negro antes del partido. Otras veces éramos el Vasco da Gama o el Benfica ese, que vaya si no había tortas en el Paseo Marítimo por ser el Benfica de los cojon...., perdone usted mi lengua, pero yo... ( ) ...el Madrid, no, no se podía escoger. Ese lo tenían cogido el “Chirla” y los del barrio del Pópulo y con esa gente no había tu tía, había que bajar la cabeza y tragar lo que fuera. Pero el “Renco”, no. Le daba igual el equipo que le hubiera elegido, aunque estuviera con el Chirla o con los del Mentidero- que siempre se cogían el Barcelona o si los catalanes no jugaban, un equipo ruso- , pues no, el “Renco” seguía siendo del Cádiz. Y eso que desde que crecimos y él se quedó casi igual de chico y de negro, ya no nos daba miedo pero , sería por pena o por sus hermanos que llevaban navaja, nadie le pegaba ni le llevaba la contraria.

( )....más que trabajar , se buscaba la vida como todos sus hermanos, pero con menos posibilidades. La pierna y el brazo tontos le quitaban oportunidades de entrar a currar en una obra o en la pescadería y él , pues hacía recados de los limpios, de los legales quiero decir , y de los otros, si se le ponían a tiro, también. Durante mucho tiempo hizo de limpiabotas en los alrededores del Hotel Playa Victoria, el viejo, claro. Creo aquel verano del que me pregunta usted dormía allá por los barracones del Campo del Sur y que soñaba con juntar algo de dinero para comprarse un aparato moderno, de esos de hierros y muelles que hacían menos inútil la pierna inútil , válgame usted la rebundancia. Lo había visto a un turista alemán que se alojó en el hotel un verano y desde entonces ahorraba durillo a durillo para ver si podía agenciárselo de segunda mano.

( ) .... durante la liga iba al fútbol cuando coincidía con un portero que lo conocía o que no tuviera mucha guasa y lo colara de extranjis. ¡Había que verlo comportarse esos días en la grada! Con lo bruto y lo ordinario que era fuera y lo era y con....con...co..cojones, - perdone usted pero ahora he tenido que decirlo así - y allí no le salía ni un insulto , todo eran piropos y gritos de ánimo. Pero eso de ir al estadio eran las menos de las veces. Casi todos los domingos mientras se jugaba el partido de liga , el “Renco” y toda la caterva de criaturas de su edad nos íbamos a la arena mojada de la playa de la Victoria a reproducir modestamente el encuentro. Y el “Renco” allí, haciendo de media punta con nosotros y corriendo para el Paseo Marítimo cada vez que pasaba alguien con una radio para preguntar : ¿Cómo va er Cadi, cómo va? Aunque las más de la veces, no le hacía falta. Ni a él ni a nadie de Cádiz. Si soplaba el Levante, los goles parecía que viajaban en el viento y se escuchaban en la orilla casi simultáneamente. Si el grito sonaba algo así como ¡¡ GOOOOOOOOOOOOOL !!, el “Renco” saltaba y daba volteretas como un titirimundi, había marcado el Cádiz. Si, cómo solía ocurrir, el viento traía más bien un grito de ¡¡¡GOoohhhhholll!! lamentoso y cortito era la meta gadita la que había sido goleada y entonces el “Mediapata” se iba corriendo al agua y le daba patadas a las olas y le escupía a las gaviotas y al viento agorero y lloraba, lloraba desconsolado como si se le hubiera muerto alguien..

( ).....los demás si podíamos sí, sí que íbamos a ver los partidos del Trofeo , sobre todo si jugaba el equipo de uno. Pagando las menos de las veces porque no había parné casi nunca pero había muchas formas de intentar colarse en el estadio o , en el último caso, podías irte a la pasarela de Loreto a ver si te hacían un hueco . El “Renco, ” no, no fue nunca hasta el año 77. El estaba indignao con los organizadores del Trofeo porque no lo jugaba nunca el Cádiz. Lo suyo si que era una pasión y no lo de las Brigadas Amarillas.

( ) ...había que verlo! Aquel agosto movió cielo y tierra buscando una entrada o un cuele. Sus míseros ahorros no llegaban pa una entrada del año 77 y él vendió la caja de trastos de limpiar , pidió fiao y , al final, se apostó en la puerta del Estadio y rogó a todos los jugadores y directivos del Cádiz uno por uno. ¡Na que hacer, mire usted! Y eso que todo el mundo lo conocía. El primer Trofeo que iba a jugar su equipo de alma y él en la puta calle, caminito de la playa como si fuera un domingo corriente. El Cádiz- Inter. que comienza y el “Renco” otra vez llorando como un niño chico y en esas estaba cuando llego yo a la Victoria con mi balón de badana nuevo que me habían regalado por mi santo y reúno a los que habían intentado colarse sin éxito ( ) .. me acerqué y le pregunté si quería jugar y me dijo, fíjese usted, ¿cuando había puesto el “Renco” una condición pa jugar?, me pregunta que de qué equipo iba a ser yo capitán . Yo no le dije que el Chirla ya se había quedado el Inter y además con la carita que me puso el pobre no me quedó mas remedio que exclamar :“¡¡Hombre, Mediapata, hoy hay que ser del Cádiz, claro!!”. Al “Renco” se le iluminó la mirada, me alargó la mano buena - negra y sucia - y me dijo que sí, que jugaría con los míos. ¡Faltaría más!. Mire usted, señorita, nunca en mi vida he visto a un cojo correr más que ese día al “Renco”. No es que llegara al balón pero casi. Estaba loco, encorajao, enfurecío, que sé yo, parecía que no se cansaba nunca. Cuando llevamos una hora dándole patadas al balón , paramos todos escuajaringaos pa beber agua. Bueno, todos no, todos menos el “Renco” que salió corriendo para el Paseo Marítimo a preguntar en el bar cómo iba el Cádiz.. Se había parao el viento y los ecos del Estadio casi no llegaban, eran murmullos apagaos. Hacía un rato que habían sonado como dos andanadas de gritos pero no sabíamos a ciencia cierta que pasaba en el Carranza. Total, que el “Renco”no bebió ni con nosotros ni en el bar pero volvió aún más atacao de lo que se fue. “¡¡¡Uno a uno , -gritaba a la vez que me quitaba el balón de las manos - que van uno a uno y faltan diez minutos, aligerarse y sacar la segunda parte!!!” ( ) .... le juro que nosotros ese día le volvimos a coger miedo al cojo y a las patadas que nos pegaba – sí, sí, a los de su equipo, también - en el empeño de desempatar con la imaginación.

( )... así estaban las cosas. En el Carranza debía de estar a punto de acabar el partido y en la playa otra vez había saltado el Levante llenando los ojos de nuestro adversario, el equipo del Chirla, de arena . También nosotros estábamos empatados a uno, no sé por qué milagro porque los del Chirla siempre nos la daban mortá . Yo llevaba el balón y todos los demás estaban en el área del Interpópulo, que así lo llamábamos, de cachondeo, entre nosotros. Driblo al defensa- se cae, mejor dicho-, levanto la perola y veo que todo mi equipo está en el área de ellos. Centro con mucho arte y veo como uno a uno todos los delanteros míos empiezan a caer bajo las piñas y las patás de los otros dirigidos a voces por el Chirla. Cuando parece que todo está perdido, distingo como el “Renco” llega como si viniera a caballo, se prepara y se pone de espaldas a la portería. Usted no se lo creerá, señorita, pero yo le juro que vi al cojitranco ese saltar y hacer una chilena, una tijereta en el aire dos cuartas por encima de la cabeza del Chirla que lo miraba como si estuviese viendo aparecerse a la Virgen del Rosario, que es la patrona de Cádiz y era su preferida. ¡Y con que puntería le dio a mi balón nuevo! Si la portería hubiera tenido escuadra la habría clavado allí. ¡Por estas se lo juro! ( ).... Mientras el “Renco” caía de cabeza en la arena debió escuchar, como lo escuchamos los demás, un grito ambiguo que el Levante trajo desde el Carranza. Yo , por debajo de la ola sonora que recorrió la Victoria hasta Cortadura y rebotó y llegó a la Caleta alborotando a las gaviotas creí escuchar también el “crack” del cuello del “Renco” al romperse entre un mar de arena y piernas y un labrao de huellas de pies descalzos.

( ) ...seguro que cuando llegó al Cielo lo primero que hizo fue preguntarle a San Pedro : ¿Cómo ha quedao er Cádi, cómo ha quedao?. Y seguro que el viejo portero de la gloria que también fue marinero y seguro que también tuvo un hijo cojo no se atrevió a darle el disgusto y le dijo revolviéndole el pelo: “Ha ganao, picha, ha ganao!” , ¿que no?.

( ) ....allí no llegó ambulancia ni médico ni nadie hasta que no pasó más de una hora. Estaba todo el mundo en el estadio o viendo la tele o pegao a la radio.. Bueno todo el mundo menos el “Renco” que a esas horas ya estaría en el cielo y ya no cojearía pues ya hubiera sío le hubiera traspasao también la polio a las alas, ¿que no?. ( ) . Perdió el Cádiz 2-1, sí , pero el Atlético de Madrid , menos mal , le ganó 2-0 al Inter en la final de aquel año. Y en el 81 cuando por fin ganó el primer Trofeo el Cádiz seguro que el “Renco” lo estaba viendo sentao como un señor en una nube de tribuna o de preferencia, por lo menos. mala leche que Dios

( ) ...ni verdad, ni mentira. Fotos no, no hay. Si quiere se lo cree y si no, pues usted misma. Tampoco yo le he preguntao pa qué quiere saberlo . ¿Del Diario de Cádiz no es usted, verdad? Si fuera de Cádiz, se lo creería. Aquí pasan estas cosas, ¿que no?. ¿No le han contao nunca lo del chaval que murió en el puente Carranza un día que estaba pescando y hacía un ponientazo de cagarse, un viento de esos que mueven a las gaviotas de un lao otro como si fueran de trapo, y se le clavó una que venía flechá en to el pecho? La gaviota se salvó. Desde aquel día su madre, - la del chaval, claro, la de la gaviota cómo va a ser, - ve volar a los pájaros en el muelle y llora, ¿que no?...


Poética personal


Poemas de patas cortas escribo,

alumbro versos de lo cotidiano;

rimas son de lunes no festivo,

la caca, la fregona y el butano.

La “otredad” no me sale de la mano

y soy yo el que escribe, sucio y vivo,

tan mí mismo, tan zafio, tan humano,

que temo ser un yo superlativo.

Egocéntrica es mi lírica novata

de mismidades pequeñas y rutina

doméstica, de día laborable.

Escribo con minúscula pacata

amor, belleza , dios y si rechina

recúsenme, ¡oh, vates! : soy culpable.